Kevin Morawicki, Imposición de nombre

Kevin Morawicki, Imposición de nombre


HOMENAJE A UNA CONTINUIDAD: CONOCIMIENTO CON CORAZÓN Y PEDAGOGÍA DEL POSICIONAMIENTO
Al ISFD 16 de Saladillo: gracias por recordar.
Por Kevin Morawicki
(Texto leído en el marco de la invitación del ISFD 16 de Saladillo a acompañar, el lunes 26 de junio de 2017, el acto de bautismo del Salón de Usos Múltiples de la Institución con el nombre de Jorge Huergo).
Hay un punto de encuentro entre el conocimiento y la emotividad que creo que se juega en toda acción de rememoración de la vida y obra de Jorge Huergo: se juntan y enlazan el conocimiento del modo como aprendemos saberes relevantes para nuestras vidas y para la comunidad en la que vivimos, con los sentimientos que motorizan o dificultan ese proceso. Y la desmesura que él habilitaba y que se negaba a reprimir (y que incluso alentaba) es la que hoy me hace encuadrar su recuerdo en el marco del homenaje a una continuidad: aquella que no se avergüenza en decir que lo central en todo proceso educativo liberador es la apuesta a un conocimiento que tenga corazón. Es una frase que quizás tenga reminiscencias a un pasaje del libro que será polémico por los tiempos de los tiempos, y que se llamó “Las enseñanzas de Don Juan”, de Carlos Castaneda. En el prólogo a una de las tantas ediciones de ese insólito libro que marcó a una generación en los años sesenta, Octavio Paz da en la tecla al decir que no importa, en definitiva, la existencia real o no de Don Juan, el protagonista del libro. Don Juan es un brujo o sabio yaqui con quien el autor (o el personaje que en el libro narra en primera persona) inicia un proceso de aprendizaje para conocer realidades no ordinarias, esto es, una realidad no occidental distinta a la que Castaneda vivía como estudiante de una universidad de los EEUU. Real o no real, lo cierto es que el libro da cuenta de múltiples conocimientos acerca de lo que fue una obsesión para occidente desde que Europa conquistara el tiempo (invención de la edad antigua, media y moderna) y el espacio (la conquista geopolítica del Atlántico y la expansión del mapa mundial hacia el oeste): la instauración del divorcio entre sujeto y objeto como condición de conocimiento de la realidad y del mundo. Lo curioso es que la existencia real de Don Juan no era condición “sin la cual no” para que el libro resultara formativo para una generación de jóvenes que intentaban huir de las encerronas a los que eran conducidos por el fundamentalismo consumista del modo americano de vida.
En ese prólogo Octavio Paz dice también que en el libro se juega una “antiantropología”: el antropólogo que viaja hacia el norte de México para estudiar una cosmovisión ancestral termina queriéndose convertir en el otro, ese otro al que inicialmente quería estudiar para la construcción de conocimiento de su tesis de licenciatura. El aprendizaje se va dando, en el desarrollo del libro, de una manera exorbitante, extraña, de a ratos dura, de a ratos divertida para el maestro dado que el aprendiz no puede salir de sus visiones de mundo que forman parte de su conciencia y están impregnadas en su cuerpo. Llama hoy la atención como esas inextricables relaciones entre personas, prácticas, conocimientos, realidades, modos de enseñar, experiencias, etcétera, son sintomáticas del rumbo general que han tomado las sociedades del capitalismo tardío y son hoy, más que nunca, puestos en el ojo de la tormenta de la sociedad de la información que gira al ritmo frenético de las transformaciones culturales. Y en el seno mismo de ese libro cuya rigurosidad está en sospecha (al igual que casi todos los libros sobre el conocimiento y la enseñaza en la actualidad, a decir verdad) es que Castaneda dialoga con Don Juan en frases que disparan la desmesura de la interpretación de una vida en el marco de un homenaje a una continuidad. Reproduzco ese pasaje y pido perdón si me equivoco (como diría Julio Cobos), pero estoy citando de memoria, aunque de todas formas “lo real” de lo que yo ahora diga pasa a un segundo plano gracias a los mismos argumentos antes mencionados de Octavio Paz).
Castaneda pregunta:
-Don Juan, ¿qué camino debemos elegir?
Don Juan contesta:
-Todos lo caminos son iguales: conducen a ningún lugar. Pero, si puedes elegir, elije el camino que tenga corazón.
A primer golpe de vista parecería que el brujo se deja llevar por una posición escéptica, en una actitud quizás similar a aquella en la que parecen terminar nuestros mejores arqueólogos del conocimiento occidental (como Michael Foucault). Pero, curiosamente, es desde ese cierto descreimiento hacia la capacidad humana de transformarse en seres que no destruyan su especie y al planeta gracias al cual puede el ser humano vivir que nace la convicción respecto de algo que podemos llamar “emoción” y que es el sentido último de existir. De modo que no es una posición escéptica lo que me interesa rescatar de esa diálogo, tampoco asumir como propio el otro polo de esa dualidad, un ciego optimismo. Me interesa marcar que pensar en Jorge Huergo para nombrar una parte tan importante de esta institución es pensar en el homenaje a una continuidad: la de elegir siempre los caminos que amen el conocimiento y la acción de dar conocimiento a otros o, más precisamente: el trabajo de acompañar a otros para que puedan producir conocimiento sobre su mundo, su realidad, su experiencia y sobre sí mismos. No importa cuánto conocimiento producimos o ayudamos a producir, y si es mucho o poco lo que sabemos porque no es un asunto cuantitativo para una sociedad saturada de conocimiento: importa el tipo de relación que decidimos entablar con el conocimiento (ya sea el conocimiento sobre la sociedad, sobre la condición humana, sobre el arte de educar, sobre la transformación de nuestras prácticas, etc). Lo que sucede en definitiva es lo mismo que lo que ocurre con otras relaciones personales, humanas, institucionales o incluso políticas: lo sublime, en todo caso, es la decisión ética de inscribir nuestro hacer en algunas de las formas del amor, por más naive que esto parezca en el contexto actual del conocimiento y la comercialización del campo pedagógico.
Es entonces que, creo, este hermoso homenaje quizá adquiera una potencialidad epistemológica en tanto que proyecto pedagógico institucional si apoya sus pies en una condición: la de pensar el conocimiento como algo que incluye de igual modo a la dimensión emocional y a la dimensión intelectual. Algo que en el trabajo con Jorge Huergo era prerequisito existencial pero también condición epistemológica: uno no produce conocimiento relevante sino hace jugar su emocionalidad. No hay modo. La creatividad, la intuición y la osadía en el orden del conocimiento no son entelequias idealistas, sino que son del orden de una cruda materialidad: la que conecta los dos hemisferios cerebrales para que esa interconexión potencie toda producción humana. La neurociencia ha demostrado que un pensamiento únicamente lógico focalizado en el hemisferio izquierdo es apenas el 10% de la potencialidad cerebral integrada. Por supuesto que en el caso de Huergo también jugaron un papel relevante su esfuerzo personal y su trabajo perseverante: el estudio dedicado y riguroso de los cimientos del pensamiento occidental (su formación en filosofía es sin duda la fortaleza epistemológica de su pensamiento). Una formación que, además, estuvo centrada en el estudio teológico y pedagógico mediado por múltiples experiencias vivenciales de altísima implicancia formativa. Entre ellas, su convivencia con mapuches en Neuquén en los tiempos de la dictadura militar. Mapuches con quienes convivió e hizo amistad, y a quienes (me consta) amó como a hermanos.
Un amor al conocimiento, entonces, por más cursi que esto pueda sonar en los tiempos que corren. Pero no es sino desde esa articulación entre amor y conocimiento encarnados en la figura de ser educador que adquieren sentido epistemológico los aportes que Jorge Huergo hiciera al campo del conocimiento pedagógico. Quisiera mencionar al menos uno. La apuesta a la comprensión como uno de los pilares del trabajo docente. La comprensión entendida como un ejercicio hecho práctica en el enseñar, lo cual es parte central de un posicionamiento pedagógico. Esto es: la comprensión incorporada en un docente como parte constitutiva de su hacer (incorporado: hecho cuerpo, no solo idea racional). Es una de las cosas que más aprendimos juntos (incluido Jorge Huergo, según creo) en lo que fue el acompañamiento a la implementación del entonces nuevo diseño curricular para las carreras del Profesorado en Educación Inicial y Primaria: el desplazamiento de un pensamiento de explicación causal a la compresión ética del otro y sus circunstancias. La diferencia entre un conocimiento pedagógico (o cualquier conocimiento) de raíz latinoamericana es que hace de la emoción, el cuerpo y la convicción ética-política la condición de producción de conocimiento. El punto de partida no es la relación sujeto-objeto sino la relación sujeto-sujeto. No es la distancia con aquello que se quiere conocer la condición de un conocimiento verdadero u objetivo, sino el modo como se configura la relación entre uno mismo, los métodos, y los conocimientos, sean estos para enseñar a maestros en formación o para que un educador pueda enseñar y transformar su práctica al hacerlo. Un conocimiento claro y distinto como imaginó occidente hace 3 siglos solo puede hacerse bajo un supuesto: que los saberes son universales y relativamente neutros o autónomos de toda condición. Y no es que un maestro tenga que ser un filósofo: no posee tiempo material para hacerlo. Pero sí puede amar el conocimiento. O, mejor aún: sí puede amar un cierto tipo de conocimiento: no el conocimiento enciclopedista, cuantitativo y soberbio en el que muchas veces nos perdemos. Sino amar un conocimiento que se conecte con el modo como los otros son (cómo esos otros piensan y sienten), un conocimiento que asuma los condicionamientos del enseñar y apueste a generar y compartir con los otros lenguajes de posibilidad. No mucho más que eso. Un conocimiento breve, quizás, un conocimiento “chiquito” tal vez, pero un conocimiento que pueda conmover, porque sino conmueve no interesa y si no interesa se olvida, como diría otro Maestro. Un conocimiento que gravita en el suelo que habita y no en la entelequia abstracta de un conocimiento disciplinario celoso de las fronteras entre objetos y métodos. Es decir, un conocimiento que quizás sea poca cosa comparado con la grandilocuencia del conocimiento del iluminismo alemán, pero que en cambio sea un conocimiento que tenga corazón.
Hay una frase del Indio Solari pero que la podría haber dicho Jorge Huergo: si no hay amor que no haya nada. Si se pierde la ética del cuidado del otro (eso sí lo decía Jorge) entonces quizás haya que dar un paso al costado y construir otros espacios en los que sí podamos sentirnos bien. O transformar los espacios que se han vuelto demasiado hostiles en zonas de posibilidad. Las crisis son siempre posibilidad cuando hacen que no tengamos ya nada que perder y entonces podemos hacer que lo que pensamos y lo que sentimos y lo que decimos sean lo mismo.
En fin, salirnos de la explicación causal (ocurre B porque sucedió A, al modo de “Piden para no trabajar”, como dice la canción de León Gieco) nos permite alejarnos de una pedagogía que estereotipa o que consiente la estereotipación. Decidirnos por la comprensión de los sentidos y de las tramas en que ocurren las cosas (desobediencias, mal rendimiento escolar, por decir algunas) es ir mas allá de una posición que juzga causas y dictamina responsabilidades, generalmente morales. Es ir mas allá de la mirada y la racionalidad lógica: ni cambiar las miradas ni aplicar conceptualización especializada, es desplazar las zonas colonizadas del cuerpo para cambiar las subjetividades que miran. Una pedagogía del posicionamiento es un esfuerzo esforzado porque es mover el cuerpo hacia otro lugar, y eso es lo que más cuesta, cuesta en la vida personal y cuesta en las instituciones. Es tan habitual el hábito que parece que no nos será posible salirnos de algunos lugares, pero debemos intentarlo. Hasta puede que algo se desgarre por dentro al forzar el movimiento de emanciparnos de los modos europeos de pensar y de practicar. No nos será fácil salirnos de la exigencia de las instituciones y de nosotros mismos por querer controlar los procesos educativos y tener claridad y eficiencia en la transmisión de contenidos. No será fácil. Pero tiene que poder ser dicho: que un maestro no pueda controlar lo que sucede en un aula no dice nada, a priori, sobre su capacidad individual. No siempre están dadas las condiciones para que se produzcan siempre los mismos procesos. Pero incluso en aquellos casos, lo que un maestro quizás sí pueda hacer es comprender esa imposibilidad de un modo no simplista, no lineal y no condenatorio del otro. Por eso el mover y el desplazar el cuerpo docente hacia otros lugares de compresión de la práctica docente nos llevará un tiempo y no puede ser nunca un hecho individual: la práctica docente, al igual que la subjetividad, siempre es un hecho colectivo. Y construir colectivamente el conocimiento sobre cómo generar estos desplazamientos quizás sea parte central de una pedagogía del posicionamiento.
De modo entonces que el punto de partida de todo aprendizaje (que siempre debe ser considerado producción de conocimiento) es una convicción ética y no epistemológica. Homenajear a Jorge Huergo quizás sea dar testimonio con prácticas y con pensamientos que persigan una continuidad: la también la maldición de todo educador comprometido. Es nuestra bendición y es nuestra maldición porque, al igual que el amor, nos redime y nos vivifica al tiempo que nos lleva a zonas de incertidumbre, o nos arrastran a los fantasmas de la no reciprocidad. Pero es este modo de mirar la educación lo que elegimos para nuestro oficio: como decía Antonin Artaud pero lo podría haberlo dicho Jorge Huergo: no aceptamos el espíritu planeado. Y, como sí decía Jorge Huergo que decía Paul Valéry: lo único seguro para el ser humano es la apertura a lo inseguro. Y seguir andando estas sendas de educación liberadoras de toda atadura y de toda opresión, es ciertamente un viaje a lo inseguro. Pero si es un asunto colectivo y si es parte de un estar juntos, entonces es seguro que podremos sentirnos bien. Allá vamos. Muchas gracias.
Saladillo, 26 de junio de 2017.

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